NOCHE INSULAR: JARDINES INVISIBLES
Más
que lebrel, ligero y dividido
al
esparcir su dulce acometida,
los
miembros suyos, anillos y fragmentos,
ruedan,
desobediente son,
al
tiempo enemistado.
Su
vago verde gira
en
la estación más leve del rocío
que
no revela el cuerpo
su
oscura caja de cristales.
El
mundo suave despereza
su
casta acometida,
y
los hombres contados y furiosos,
como
animales de unidad ruinosa,
dulcemente
peinados, sobre nubes.
Cantidades
rosadas de ventanas
crecidas
en estío,
no
preguntan, ni endulzan ni enamoran,
ni
sus posibles sueños divinizan
los
números hinchados, hipogrifos
que
adormecen sonámbulas tijeras,
blancas
guedejas de guitarras,
caballos
que la lluvia ciñe
de
llaves breves y de llamas suaves.
Lenta
y maestra la ventana al fuego,
en
la extensión más ciega del imperio,
vuelve
tocando el sigiloso juego
del
arenado timbre de las jarras.
No
podrá hinchar a las campanas
la
rica tela de su pesadumbre,
y
su duro tesón, tienda
con
los grotescos signos del destierro,
como
estatua por ríos conducida,
disolviéndose
va, ciega labrándose,
o
ironizando sus préstamos de gloria.
El
halcón que el agua no acorrala,
extiende
su amarillo helado,
su
rumor de pronto despertado
como
el rocío que borra las pisadas
y
agranda los signos manuales
del
hastío, la ira y el desdén.
Justa
la seriedad del agua arrebatada,
sus
pasiones ganando su recreo.
Su
rumor nadando por el techo
de
la mansión siniestra agujereada.
Ofreciendo
a la brisa sus torneos,
el
halcón remueve la ofrenda de su llama,
su
amarillo helado.
Mudo,
cerrado huerto
donde
la cifra empieza el desvarío.
Oh
cautelosa, diosa mía del mar,
tus
silenciosas grutas abandona,
llueve
en todas las grutas tus silencios
que
la nieve derrite suavemente
como
la flor por el sueño invadida.
Oh
flor rota, escama dolorida,
envolturas
de crujidos lentísimos,
en
vuestros mundos de pasión alterada,
quedad
como la sombra que al cuerpo
abandonando
se entretiene eternamente
entre
el río y el eco.
Verdes
insectos portando sus fanales
se
pierden en la voraz linterna silenciosa.
Cenizas,
donceles de rencor apagado,
sus
dolorosos silencios, sus errantes
espirales
de ceniza y de cieno,
pierden
suavemente entregados
en
escamas y en frente acariciada.
Aún
sin existir el marfil dignifica
el
cansancio como los cuadrados negros
de
un cielo ligero.
La
esbeltez eterna del gamo
suena
sus flautas invisibles,
como
el insecto de suciedad verdeoro.
El
agua con sus piernas escuetas
piensa
entre rocas sencillas,
y
se abraza con el humo siniestro
que
crece sin sonido.
Joven
amargo, oh cautelosa,
en
tus jardines de humedad conocida
trocado
en ciervo el joven
que
de noche arrancaba las flores
con
sus balanzas para el agua nocturna.
Escarcha
envolvente su gemido.
Tú,
el seductor, airado can
de
liviana llama entretejido,
perro
de llamas y maldito,
entre
rocas nevadas y frentes de desazón
verdinegra,
suavemente paseando.
Tocando
en lentas gotas dulces
la
piel deshecha en remolinos humeantes.
La
misma pequeñez de la luz
adivina
los más lejanos rostros.
La
luz vendrá mansa y trenzando
el
aire con el agua apenas recordada.
Aún
el surtidor sin su espada ligera.
Brevedad
de esta luz, delicadeza suma.
En
tus palacios de cúpulas rodadas,
los
jardines y su gravedad de húmeda orquesta
respiran
con el plumón de viajeros pintados.
Perdidos
en las ciudades marinas
los
corceles suspiran acariciadas definiciones,
ciegos
portadores de limones y almejas.
No
es en vuestros cordajes de morados violines
donde
la noche golpea.
Inadvertidas
nubes y el hombre invisible,
jardines
lentamente iniciando
el
débil ruiseñor hilando los carbunclos
de
la entreabierta siesta
y
el parado río de la muerte.
La
mar violeta añora el nacimiento de los dioses,
ya
que nacer es aquí una fiesta innombrable,
un
redoble de cortejos y tritones reinando.
La
mar inmóvil y el aire sin sus aves,
dulce
horror el nacimiento de la ciudad
apenas
recordada.
Las
uvas y el caracol de escritura sombría
contemplan
desfilar prisioneros
en
sus paseos de límites siniestros,
pintados
efebos en su lejano ruido,
ángeles
mustios tras sus flautas,
brevemente
sonando sus cadenas.
Entrad
desnudos en vuestros lechos marmóreos.
Vivid
y recordad como los viajeros pintados,
ciudades
giratorias, líquidos jardines verdinegros,
mar
envolvente, violeta, luz apresada,
delicadeza
suma, aire gracioso, ligero,
como
los animales de sueño irreemplazable,
¿o
acaso como angélico jinete de la luz
prefieres
habitar el canto desprendido
de
la nube increada nadando en el espejo,
o
del invisible rostro que mora entre el peine y el lago?
La
luz grata,
penetradora
de los cuerpos bruñidos,
cristal
que el fuego fortalece,
envía
sus agradables sumas de rocío.
En
esos mundos blandos el hombre despereza,
como
el rocío del que parten corceles,
extiende
el jazmín y las nubes bosteza.
Dioses
si no ordenan, olvidan,
separan
el rocío del verdor mortecino.
Pero
la última noche venerable
guardaba
al pez arrastrado, su agonía
de
agujas carmesíes,
como
marinero de blandas cenizas
y
altivez rosada.
Entre
tubos de vidrio o girasol
disminuye
su cielo despedido,
su
lengua apuntadora
de
canarios y antílopes cifrados,
con
dulces marcas y avisado cuello.
Sus
breves conductas redoradas
por
colecciones de sedientas fresas,
porcelana
o bambú, signo de grulla
relamida,
ave llama, gualda,
ave
mojada, brevemente mecida.
Jardines
de laca limitados
por
el cielo que pinta
lo
que la mano dulcemente borra.
Noble
medida del tiempo acariciado.
En
su son durmiente las horas revolaban
y
palomas y arenas lo cubrían.
Una
caricia de ese eterno musgo,
mansas
caderas de ese suave oleaje,
el
planeta lejano las gobierna
con
su aliento de plata acompañante.
Álzase
en el coro la voz reclamada.
Trencen
las ninfas la muerte y la gracia
que
diminuto rocío al dios se ofrecen.
Dance
la luz ocultando su rostro.
Y
vuelvan crepúsculos y flautas
dividiendo
en el aire sus sonrisas.
Inícianse
los címbalos y ahuyentan
oscuros
animales de frente lloviznada;
a
la noche mintiendo inexpresiva
groseros
animales sentados en la piedra,
robustos
candelabros y cuernos
de
culpable metal y son huido.
Desterrando
agrietado el arco mensajero
la
transparencia del sonido muere.
El
verdeoro de las flautas rompe
entretejidos
antílopes de nieve corpulenta
y
abreviados pasos que a la nube atormentan.
¿Puede
acaso el granizo armándose
en
el sueño, siguiendo sus heridas
preguntar
en la nube o el rostro?
Dance
la luz reconciliando
al
hombre con sus dioses desdeñosos.
Ambos
sonrientes, diciendo
los
vencimientos de la muerte universal
y
la calidad tranquila de la luz.