jueves, 10 de marzo de 2022

Santos Domínguez. La flor de las cenizas

ARIA EN MÍ

 

¿Conocéis el lugar donde van a morir
                las arias de Händel?

                                                                                              A. Colinas

Al fondo de la tarde posa su mansedumbre,
sobre el último incendio de las cristalerías,
la frase luminosa de un oboe.

La plata de los sueños vibra bajo el destello
barroco de sus notas.
Brilla o suena la luz en las copas más frágiles
con el fulgor dorado de la tarde incompleta
y en do menor de marzo.

Con esta claridad que vuelve como un eco
de un tiempo cancelado,
de otro tiempo de esferas dormido en los salones
y en los espejos hondos de los lagos.

Da indicios memorables de todo lo perfecto,
de todo lo que vuela o flota o late
en la leve materia sonora de la tarde
ceremonial del bosque.

Tiene el tamaño exacto que tiene la armonía,
fluye en la lentitud que mide un intervalo,
arde en el persistente calor de los rescoldos,
vive en la demorada perfección de los sueños.

Viene o baja de lejos, de una alta claridad
donde la herida nombra sus puntos cardinales,
donde arden los violines y fracasa la historia
bajo el vuelo nocturno de un pájaro de fuego.

Sucumbe a este paréntesis donde tiempo y espacio
caen como las murallas de la ciudad sitiada.
Habita en el reposo oculto de las aves
y en la oscura materia del silencio.

Y a través del cristal,
por el aire que flota tan tibio en los acordes,
entran todas las tardes transparentes del mundo
en el alto reducto del contraluz dorado,
a salvo de tinieblas, de furia y de ruido.

Arde el olor amargo de la noche en Salzburgo
y el cómplice compás del corazón
arde también, secreto.
Y sube donde el pájaro, a la raíz callada de su vuelo.  

 

Jaime Gil de Biedma. Compañeros de viaje


En la vieja ciudad
llena de niños góticos, en donde diminutas
confiterías peregrinas
ejercen el oficio de placer furtivo
y se bebe cerveza en lugares sagrados
por el uso del tiempo, aunque quizá es más dulce
pasearse a lo largo del río,

allí precisamente viví los meses últimos
en mi vida de joven sin trabajo
y con algún dinero.
                                   Puede que un día cuente
quel lait pur, que de soins y cuántos sacrificios
me han hecho hijo dos veces de unos padres propicios.
Pero ésa es otra historia,
                                              voy a hablaros
del producto acabado,
o sea: yo,
tal y como he sido en aquel tiempo.

¿Os ha ocurrido a veces
—de noche sobre todo—, cuando consideráis
vuestro estado y pensáis en momentos vividos,
sobresaltaros de lo poco que importan?
Las equivocaciones, y lo mismo los aciertos,
y las vacilaciones en las horas de insomnio
no carecen de un cierto interés retrospectivo
tal vez sentimental,
                                    pero la acción,
el verdadero argumento de la historia,
uno cae en la cuenta de que fue muy distinto.

Así de aquellos meses,
que viví en una crisis de expectación heroica,
me queda sobre todo la conciencia
de una pequeña falsificación.
Y si recuerdo ahora,
en las mañanas de cristales lívidos,
justamente después de que la niebla
rezagada empezaba a ceder,
                                                   cuando las nubes
iban quedándose hacia el valle,
junto a la vía férrea,
y el gorgoteo de la alcantarilla
despertaba los pájaros en el jardín,
y yo me asomaba para ver a lo lejos
la ciudad, sintiendo todavía
la irritación y el frío de la noche
gastada en no dormir,
                                         si ahora recuerdo,
 
esa efusión imprevista, esa imperiosa
revelación de otro sentido posible, más profundo
que la injusticia o el dolor, esa tranquilidad
de absolución, que yo sentía entonces,
¿no eran sencillamente la gratificación furtiva
del burguesito en rebeldía
que ya sueña con verse
tel qu’en Lui-même enfin l’éternité le change?