Este clima de asfixia que impregna los pulmones
de
una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este
hedor adhesivo y errabundo,
que
intoxica la vida
y nos
hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este
miasma corrupto,
que
insufla en nuestros poros
apetencias
de pulpo,
deseos
de vinchuca,
no
surge,
ni ha
surgido
de
estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal
viva,
soda
cáustica,
hidrógeno,
pis
úrico,
que
infectan los colchones,
los
techos,
las
veredas,
con sus
almas cariadas,
con
sus gestos leprosos.
Este
olor homicida,
rastrero,
ineludible,
brota
de otras raíces,
arranca
de otras fuentes.
A
través de años muertos,
de
atardeceres rancios,
de
sepulcros gaseosos,
de
cauces subterráneos,
se ha
ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los
detritus hediondos,
las
corrosivas vísceras,
las
esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la
idiotez purulenta,
la
iniquidad sin sexo,
el
gangrenoso engaño;
hasta
surgir al aire,
expandirse
en el viento
y
tornarse corpóreo;
para
abrir las ventanas,
penetrar
en los cuartos,
tomarnos
del cogote,
empujarnos
al asco,
mientras
grita su inquina,
su
aversión,
su
desprecio,
por todo lo que allana la acritud de las
horas,
por todo lo que alivia la angustia de los
días.
Este clima de asfixia que impregna los pulmones
de
una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este
hedor adhesivo y errabundo,
que
intoxica la vida
y nos
hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este
miasma corrupto,
que
insufla en nuestros poros
apetencias
de pulpo,
deseos
de vinchuca,
no
surge,
ni ha
surgido
de
estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal
viva,
soda
cáustica,
hidrógeno,
pis
úrico,
que
infectan los colchones,
los
techos,
las
veredas,
con sus
almas cariadas,
con
sus gestos leprosos.
Este
olor homicida,
rastrero,
ineludible,
brota
de otras raíces,
arranca
de otras fuentes.
A
través de años muertos,
de
atardeceres rancios,
de
sepulcros gaseosos,
de
cauces subterráneos,
se ha
ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los
detritus hediondos,
las
corrosivas vísceras,
las
esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la
idiotez purulenta,
la
iniquidad sin sexo,
el
gangrenoso engaño;
hasta
surgir al aire,
expandirse
en el viento
y
tornarse corpóreo;
para
abrir las ventanas,
penetrar
en los cuartos,
tomarnos
del cogote,
empujarnos
al asco,
mientras
grita su inquina,
su
aversión,
su
desprecio,
por todo lo que allana la acritud de las
horas,
por todo lo que alivia la angustia de los
días.