jueves, 5 de agosto de 2021

José Lezama Lima. Enemigo rumor

NOCHE INSULAR: JARDINES INVISIBLES

 

 

Más que lebrel, ligero y dividido

al esparcir su dulce acometida,

los miembros suyos, anillos y fragmentos,

ruedan, desobediente son,

al tiempo enemistado.

Su vago verde gira

en la estación más leve del rocío

que no revela el cuerpo

su oscura caja de cristales.

El mundo suave despereza

su casta acometida,

y los hombres contados y furiosos,

como animales de unidad ruinosa,

dulcemente peinados, sobre nubes.

 

Cantidades rosadas de ventanas

crecidas en estío,

no preguntan, ni endulzan ni enamoran,

ni sus posibles sueños divinizan

los números hinchados, hipogrifos

que adormecen sonámbulas tijeras,

blancas guedejas de guitarras,

caballos que la lluvia ciñe

de llaves breves y de llamas suaves.

 

Lenta y maestra la ventana al fuego,

en la extensión más ciega del imperio,

vuelve tocando el sigiloso juego

del arenado timbre de las jarras.

No podrá hinchar a las campanas

la rica tela de su pesadumbre,

y su duro tesón, tienda

con los grotescos signos del destierro,

como estatua por ríos conducida,

disolviéndose va, ciega labrándose,

o ironizando sus préstamos de gloria.

 

El halcón que el agua no acorrala,

extiende su amarillo helado,

su rumor de pronto despertado

como el rocío que borra las pisadas

y agranda los signos manuales

del hastío, la ira y el desdén.

Justa la seriedad del agua arrebatada,

sus pasiones ganando su recreo.

Su rumor nadando por el techo

de la mansión siniestra agujereada.

 

Ofreciendo a la brisa sus torneos,

el halcón remueve la ofrenda de su llama,

su amarillo helado.

Mudo, cerrado huerto

donde la cifra empieza el desvarío.

Oh cautelosa, diosa mía del mar,

tus silenciosas grutas abandona,

llueve en todas las grutas tus silencios

que la nieve derrite suavemente

como la flor por el sueño invadida.

Oh flor rota, escama dolorida,

envolturas de crujidos lentísimos,

en vuestros mundos de pasión alterada,

quedad como la sombra que al cuerpo

abandonando se entretiene eternamente

entre el río y el eco.

 

Verdes insectos portando sus fanales

se pierden en la voraz linterna silenciosa.

Cenizas, donceles de rencor apagado,

sus dolorosos silencios, sus errantes

espirales de ceniza y de cieno,

pierden suavemente entregados

en escamas y en frente acariciada.

Aún sin existir el marfil dignifica

el cansancio como los cuadrados negros

de un cielo ligero.

La esbeltez eterna del gamo

suena sus flautas invisibles,

como el insecto de suciedad verdeoro.

El agua con sus piernas escuetas

piensa entre rocas sencillas,

y se abraza con el humo siniestro

que crece sin sonido.

Joven amargo, oh cautelosa,

en tus jardines de humedad conocida

trocado en ciervo el joven

que de noche arrancaba las flores

con sus balanzas para el agua nocturna.

Escarcha envolvente su gemido.

Tú, el seductor, airado can

de liviana llama entretejido,

perro de llamas y maldito,

entre rocas nevadas y frentes de desazón

verdinegra, suavemente paseando.

Tocando en lentas gotas dulces

la piel deshecha en remolinos humeantes.

 

La misma pequeñez de la luz

adivina los más lejanos rostros.

La luz vendrá mansa y trenzando

el aire con el agua apenas recordada.

Aún el surtidor sin su espada ligera.

Brevedad de esta luz, delicadeza suma.

En tus palacios de cúpulas rodadas,

los jardines y su gravedad de húmeda orquesta

respiran con el plumón de viajeros pintados.

Perdidos en las ciudades marinas

los corceles suspiran acariciadas definiciones,

ciegos portadores de limones y almejas.

No es en vuestros cordajes de morados violines

donde la noche golpea.

Inadvertidas nubes y el hombre invisible,

jardines lentamente iniciando

el débil ruiseñor hilando los carbunclos

de la entreabierta siesta

y el parado río de la muerte.

 

La mar violeta añora el nacimiento de los dioses,

ya que nacer es aquí una fiesta innombrable,

un redoble de cortejos y tritones reinando.

La mar inmóvil y el aire sin sus aves,

dulce horror el nacimiento de la ciudad

apenas recordada.

Las uvas y el caracol de escritura sombría

contemplan desfilar prisioneros

en sus paseos de límites siniestros,

pintados efebos en su lejano ruido,

ángeles mustios tras sus flautas,

brevemente sonando sus cadenas.

 

Entrad desnudos en vuestros lechos marmóreos.

Vivid y recordad como los viajeros pintados,

ciudades giratorias, líquidos jardines verdinegros,

mar envolvente, violeta, luz apresada,

delicadeza suma, aire gracioso, ligero,

como los animales de sueño irreemplazable,

¿o acaso como angélico jinete de la luz

prefieres habitar el canto desprendido

de la nube increada nadando en el espejo,

o del invisible rostro que mora entre el peine y el lago?

 

La luz grata,

penetradora de los cuerpos bruñidos,

cristal que el fuego fortalece,

envía sus agradables sumas de rocío.

En esos mundos blandos el hombre despereza,

como el rocío del que parten corceles,

extiende el jazmín y las nubes bosteza.

Dioses si no ordenan, olvidan,

separan el rocío del verdor mortecino.

Pero la última noche venerable

guardaba al pez arrastrado, su agonía

de agujas carmesíes,

como marinero de blandas cenizas

y altivez rosada.

 

Entre tubos de vidrio o girasol

disminuye su cielo despedido,

su lengua apuntadora

de canarios y antílopes cifrados,

con dulces marcas y avisado cuello.

Sus breves conductas redoradas

por colecciones de sedientas fresas,

porcelana o bambú, signo de grulla

relamida, ave llama, gualda,

ave mojada, brevemente mecida.

Jardines de laca limitados

por el cielo que pinta

lo que la mano dulcemente borra.

Noble medida del tiempo acariciado.

En su son durmiente las horas revolaban

y palomas y arenas lo cubrían.

 

Una caricia de ese eterno musgo,

mansas caderas de ese suave oleaje,

el planeta lejano las gobierna

con su aliento de plata acompañante.

Álzase en el coro la voz reclamada.

Trencen las ninfas la muerte y la gracia

que diminuto rocío al dios se ofrecen.

Dance la luz ocultando su rostro.

Y vuelvan crepúsculos y flautas

dividiendo en el aire sus sonrisas.

Inícianse los címbalos y ahuyentan

oscuros animales de frente lloviznada;

a la noche mintiendo inexpresiva

groseros animales sentados en la piedra,

robustos candelabros y cuernos

de culpable metal y son huido.

Desterrando agrietado el arco mensajero

la transparencia del sonido muere.

El verdeoro de las flautas rompe

entretejidos antílopes de nieve corpulenta

y abreviados pasos que a la nube atormentan.

¿Puede acaso el granizo armándose

en el sueño, siguiendo sus heridas

preguntar en la nube o el rostro?

Dance la luz reconciliando

al hombre con sus dioses desdeñosos.

Ambos sonrientes, diciendo

los vencimientos de la muerte universal

y la calidad tranquila de la luz.