martes, 3 de mayo de 2022

Nicolás Guillén. La rueda dentada

CHE COMANDANTE

 

No porque hayas caído

tu luz es menos alta.

Un caballo de fuego

sostiene tu escultura guerrillera

entre el viento y las nubes de la Sierra.

No por callado eres silencio.

Y no porque te quemen,

porque te disimulen bajo tierra,

porque te escondan

en cementerios, bosques, páramos,

van a impedir que te encontremos.

Che Comandante,

amigo.

 

Con sus dientes de júbilo

Norteamérica ríe. Mas de pronto

revuélvese en su lecho

de dólares. Se le cuaja

la risa en una máscara,

y tu gran cuerpo de metal

sube, se disemina

en las guerrillas como tábanos,

y tu ancho nombre herido por soldados

ilumina la noche americana

como una estrella súbita, caída

en medio de una orgía.

Tú lo sabías, Guevara,

pero no lo dijiste por modestia,

por no hablar de ti mismo,

Che Comandante,

amigo.

 

Estás en todas partes. En el indio

hecho de sueño y cobre. Y en el negro

revuelto en espumosa muchedumbre,

y en el ser petrolero y salitrero,

y en el terrible desamparo

de la banana, y en la gran pampa de las pieles,

y en el azúcar y en la sal y en los cafetos,

tú, móvil estatua de tu sangre como te derribaron,

vivo, como no te querían,

Che Comandante,

amigo.

 

Cuba te sabe de memoria. Rostro

de barbas que clarean. Y marfil

y aceituna en la piel de santo joven.

Firme la voz que ordena sin mandar,

que manda compañera, ordena amiga,

tierna y dura de jefe camarada.

Te vemos cada día ministro,

cada día soldado, cada día

gente llana y difícil

cada día.

Y puro como un niño

o como un hombre puro,

Che Comandante,

amigo.

 

Pasas en tu descolorido, roto, agujereado traje de campaña.

El de la selva, como antes

fue el de la Sierra. Semidesnudo

el poderoso pecho de fusil y palabra,

de ardiente vendaval y lenta rosa.

No hay descanso.

                                ¡Salud, Guevara!

O mejor todavía desde el hondón americano:

Espéranos. Partiremos contigo. Queremos

morir para vivir como tú has muerto,

para vivir como tú vives,

Che Comandante,

amigo.

 

 

Juan Manuel Roca. La farmacia del ángel

 
 
Lázaro murió una vez,
Pero nada se supo de su segunda muerte.
En la última de sus resurrecciones
Es casi de rigor
Que vuelva a aparecer ante los ojos
De Marta y de María.
 
¿Por qué Lázaro y Jesús
Se aparecieron antes que a nadie
A las mujeres?
 
Porque de tal manera
Las noticias corren más de prisa,
Aun si se trata de las ardientes
Tierras de Judea.
 
Cuando Cristo pronunció su Talita Cumi,
Su levántate y anda,
El pobre Lázaro, buen vecino de Betania,
Llevaba cuatro días de irredento.
 
Pero, ¿cómo murió Lázaro por segunda vez?
¿De qué nueva enfermedad?
¿Por qué no narró su primera estancia
En el silencio?
¿Nadie le preguntó si traía
Razones de lo eterno?
La Biblia nos deja
En las nieblas del misterio.
Frente al espejo me asalta
La soslayada parábola de Cristo:
¿No muero y nazco cada día,
Cada vez que mi cuerpo entra
O sale de los sueños?
Y para que se enteren de mi resurrección,
Cada mañana busco
Los ojos de Marta o de María.