viernes, 31 de diciembre de 2021

Blas de Otero. Ángel fieramente humano

LOS MUERTOS

 

La sangre —nuestros muertos— se levanta

con el humo del pueblo silencioso;

en la sombra del río, aún más hermoso,

el chopo antiguo, al contemplarse, canta.

 

Archivando la luz en la garganta,

vuela, libre, el insecto laborioso.

Alto cielo tallado: luminoso

cristal donde la rosa se quebranta.

 

Es nuestro ayer, nuestro dolor sin nombre,

retornando, de nuevo, su camino;

futuro en desazón, presente incierto,

 

sobre el hermoso corazón del hombre.

Como una vieja piedra de molino

que mueve, todavía, el cauce muerto.

 

 

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Santos Domínguez. Las sílabas del tiempo

CREPÚSCULO ESPAÑOL DE CASANOVA

Hay tanto adiós delante de tu rostro.
                                       G. Schehadé
 
Cae la tarde amarilla, se va precipitando
la sombra tras las copas espesas de los pinos.
Y estos paisajes hondos, este otoño de viñas
me hablan muy lentamente del final de la hoguera,
de estas brasas que huelen a una dulce tristeza.
 
Me consuela la calma que tiene el campo ahora.
Me miro en el silencio interior del crepúsculo
y en el agua del río,
en el agua que corre somera y transitoria,
oigo hablar a los muertos que fueron mis amigos.
 
El final de la tarde, con esta luz serena,
con esta mansedumbre de las convalecencias,
me entrega su piedad a la hora del espanto.
 
A esta edad la Fortuna ya no mira a los hombres:
mi equipaje es un hueco, un baúl de extravío,
lo que saldan las horas, un bagaje de humo
que pesa más ahora que cuando estaba lleno.
 
Mira otra vez. Quizá
solo es esto la vida:
Un túmulo de arena al sur de la ventisca,
la estatua indiferente en donde posa un pájaro
su frágil tiempo de aire,
la sombra del caballo contra un muro de agua.
 
Sí. Quizá los minutos, como las caracolas,
son huellas del cristal sobre la nube,
el péndulo marino que duerme en las campanas.
 
Tal vez la vida sea más un lugar que un tiempo.
Un lugar que confunde la máscara y la piedra,
la vigilia y la lluvia, los días y los nombres
en la hora de la esfinge y las inundaciones.
 
Tal vez la vida es esto:
la voluntad de nieve que hay en las pesadillas,
el espíritu áspero de una emulsión de lodo,
un incendio que sube por el acantilado,
cenizas y pavesas sobre las olas verdes,
la confusa blancura de las constelaciones.
 
Quizá sólo sea eso lo que la vida quiere:
fluir y atravesarte
como un inconsistente apócrifo del viento.
Mis ojos sólo miran el lugar de su ausencia.
 
 

lunes, 20 de diciembre de 2021

Miguel Hernández. El rayo que no cesa

29. YO QUIERO SER LLORANDO EL HORTELANO

 

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo

Ramón Sijé, con quien tanto quería.)

 

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

                                                                                   (10 de enero de 1936)