CREPÚSCULO ESPAÑOL DE CASANOVA
Hay
tanto adiós delante de tu rostro.
G. Schehadé
Cae la tarde
amarilla, se va precipitando
la sombra
tras las copas espesas de los pinos.
Y estos
paisajes hondos, este otoño de viñas
me hablan
muy lentamente del final de la hoguera,
de estas
brasas que huelen a una dulce tristeza.
Me consuela
la calma que tiene el campo ahora.
Me miro en
el silencio interior del crepúsculo
y en el agua
del río,
en el agua
que corre somera y transitoria,
oigo hablar a
los muertos que fueron mis amigos.
El final de
la tarde, con esta luz serena,
con esta
mansedumbre de las convalecencias,
me entrega
su piedad a la hora del espanto.
A esta edad
la Fortuna ya no mira a los hombres:
mi equipaje
es un hueco, un baúl de extravío,
lo que
saldan las horas, un bagaje de humo
que pesa más
ahora que cuando estaba lleno.
Mira otra
vez. Quizá
solo es esto
la vida:
Un túmulo de
arena al sur de la ventisca,
la estatua
indiferente en donde posa un pájaro
su frágil
tiempo de aire,
la sombra
del caballo contra un muro de agua.
Sí. Quizá
los minutos, como las caracolas,
son huellas
del cristal sobre la nube,
el péndulo
marino que duerme en las campanas.
Tal vez la
vida sea más un lugar que un tiempo.
Un lugar que
confunde la máscara y la piedra,
la vigilia y
la lluvia, los días y los nombres
en la hora
de la esfinge y las inundaciones.
Tal vez la
vida es esto:
la voluntad
de nieve que hay en las pesadillas,
el espíritu
áspero de una emulsión de lodo,
un incendio
que sube por el acantilado,
cenizas y
pavesas sobre las olas verdes,
la confusa
blancura de las constelaciones.
Quizá sólo
sea eso lo que la vida quiere:
fluir y
atravesarte
como un
inconsistente apócrifo del viento.
Mis ojos
sólo miran el lugar de su ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario