miércoles, 22 de diciembre de 2021

Santos Domínguez. Las sílabas del tiempo

CREPÚSCULO ESPAÑOL DE CASANOVA

Hay tanto adiós delante de tu rostro.
                                       G. Schehadé
 
Cae la tarde amarilla, se va precipitando
la sombra tras las copas espesas de los pinos.
Y estos paisajes hondos, este otoño de viñas
me hablan muy lentamente del final de la hoguera,
de estas brasas que huelen a una dulce tristeza.
 
Me consuela la calma que tiene el campo ahora.
Me miro en el silencio interior del crepúsculo
y en el agua del río,
en el agua que corre somera y transitoria,
oigo hablar a los muertos que fueron mis amigos.
 
El final de la tarde, con esta luz serena,
con esta mansedumbre de las convalecencias,
me entrega su piedad a la hora del espanto.
 
A esta edad la Fortuna ya no mira a los hombres:
mi equipaje es un hueco, un baúl de extravío,
lo que saldan las horas, un bagaje de humo
que pesa más ahora que cuando estaba lleno.
 
Mira otra vez. Quizá
solo es esto la vida:
Un túmulo de arena al sur de la ventisca,
la estatua indiferente en donde posa un pájaro
su frágil tiempo de aire,
la sombra del caballo contra un muro de agua.
 
Sí. Quizá los minutos, como las caracolas,
son huellas del cristal sobre la nube,
el péndulo marino que duerme en las campanas.
 
Tal vez la vida sea más un lugar que un tiempo.
Un lugar que confunde la máscara y la piedra,
la vigilia y la lluvia, los días y los nombres
en la hora de la esfinge y las inundaciones.
 
Tal vez la vida es esto:
la voluntad de nieve que hay en las pesadillas,
el espíritu áspero de una emulsión de lodo,
un incendio que sube por el acantilado,
cenizas y pavesas sobre las olas verdes,
la confusa blancura de las constelaciones.
 
Quizá sólo sea eso lo que la vida quiere:
fluir y atravesarte
como un inconsistente apócrifo del viento.
Mis ojos sólo miran el lugar de su ausencia.
 
 

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