domingo, 29 de mayo de 2022

César Vallejo. Trilce

 
Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago,
y ya está muy oscuro.
 
Madre dijo que no demoraría.
 
Aguedita, Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.
 
Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.
 
Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños,
como si también nosotros
                                   no pudiésemos partir.
 
Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
y el único recluso sea yo.
 
 

domingo, 22 de mayo de 2022

Olga Orozco. Las muertes

CARINA

 

Yo morí de un corazón

hecho cenizas.

Crommelynck, Carina

 

Adiós, gacela herida.

Tu corazón manando dura nieve es ahora más frío que la corola abierta en la escarcha del lago.

Déjame entre las manos el último suspiro

para envolver en cierzo el desprecio que rueda por mi cara,

el asco de mirar la cenagosa piel del día en que me quedo.

Duerme, Carina, duerme,

allá, donde no seas la congelada imagen de toda tu desdicha,

ese cielo caído en que te abismas cuando muere la gloria del amor,

y al que la misma muerte llegará ya cumplida.

Tu soledad me duele como un cuerpo violado por el crimen.

Tu soledad: un poco de cada soledad.

No. Que no vengan las gentes.

Nadie limpie su llanto en el sedoso lienzo de tu sombra.

¿Quién puede sostener siquiera en la memoria esa estatua sin nadie donde caes?

¿Con qué vano ropaje de inocencia ataviarían ellos tu salvaje pureza?

¿En qué charca de luces mortecinas verían esconderse el rostro de tu amor consumido en sí mismo como el fuego?

¿Desde qué innoble infierno medirían la sagrada vergüenza de tu sangre?

Siempre los mismos nombres para tantos destinos.

Y aquel a quien amaste,

el que entreabrió los muros por donde tu pasado huye sin detenerse como por una herida,

sólo puede morder el polvo de tus pasos,

y llorar, nada más que llorar con las manos atadas,

llorar sobre los nudos del arrepentimiento.

Porque no resucitan a la luz de este mundo los días que apagamos.

No hablemos de perdón. No hablemos de indulgencia.

Esos pálidos hijos de los renunciamientos,

esos reyes con ojos de mendigo contando unas monedas en el desván raído de los sueños,

cuando todo ha caído

y la resignación alza su canto en todos los exilios.

Duerme, Carina, duerme,

triste desencantada,

amparada en tu muerte más alta que el desdén,

allá, donde no eres el deslumbrante luto que guardas por ti misma,

sino aquella que rompe la envoltura del tiempo

y dice todavía:

Yo no morí de muerte, Federico,

morí de un corazón hecho cenizas.

 

 

miércoles, 18 de mayo de 2022

Rosario Castellanos. En la tierra de en medio

 
 
La oscuridad engendra la violencia,
y la violencia pide oscuridad
para cuajar en crimen.
 
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.
 
Y a esa luz, breve y lívida, ¿quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?
 
¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.
 
La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en la radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)
 
No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa:
a la Devoradora de Excrementos.
 
No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.
 
Ay, la violencia pide oscuridad
porque la oscuridad engendra el sueño
y podemos dormir soñando que soñamos.
 
Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangra con sangre.
Y si la llamo mía, traiciono a todos.
 
Recuerdo, recordamos.
 
Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.
 
Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.