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miércoles, 9 de febrero de 2022

José Lezama Lima. La fijeza

RAPSODIA PARA EL MULO

 

Con qué seguro paso el mulo en el abismo.

 

Lento es el mulo. Su misión no siente.

Su destino frente a la piedra, piedra que sangra

creando la abierta risa en las granadas.

Su piel rajada, pequeñísimo triunfo ya en lo oscuro,

pequeñísimo fango de alas ciegas.

La ceguera, el vidrio y el agua de tus ojos

tienen la fuerza de un tendón oculto,

y así los inmutables ojos recorriendo

lo oscuro progresivo y fugitivo.

El espacio de agua comprendido

entre sus ojos y el abierto túnel,

fija su centro que le faja

como la carga de plomo necesaria

que viene a caer como el sonido

del mulo cayendo en el abismo.

 

Las salvadas alas en el mulo inexistentes,

más apuntala su cuerpo en el abismo

la faja que le impide la dispersión

de la carga de plomo que en la entraña

del mulo pesa cayendo en la tierra húmeda

de piedras pisadas con un nombre.

Seguro, fajado por Dios,

entra el poderoso mulo en el abismo.

Las sucesivas coronas del desfiladero

van creciendo corona tras corona

y allí en lo alto la carroña

de las ancianas aves que en el cuello

muestran corona tras corona.

Seguir con su paso en el abismo.

Él no puede, no crea ni persigue,

ni brincan sus ojos

ni sus ojos buscan el secuestrado asilo

al borde preñado de la tierra.

No crea, eso es tal vez decir:

¿No siente, no ama ni pregunta?

El amor traído a la traición de alas sonrosadas,

 infantil en su oscura caracola.

Su amor a los cuatro signos

del desfiladero, a las sucesivas coronas

en que asciende vidrioso, cegato,

como un oscuro cuerpo hinchado

por el agua de los orígenes,

no la de la redención y los perfumes.

Paso es el paso del mulo en el abismo.

 

Su don ya no es estéril: su creación

la segura marcha en el abismo.

Amigo del desfiladero, la profunda

hinchazón del plomo dilata sus carrillos.

Sus ojos soportan cajas de agua

y el jugo de sus ojos

sus sucias lágrimas

son en la redención ofrenda altiva.

Entontado el ojo del mulo en el abismo

y sigue en lo oscuro con sus cuatro signos.

Peldaños de agua soportan sus ojos,

pero ya frente al mar

la ola retrocede como el cuerpo volteado

en el instante de la muerte súbita.

Hinchado está el mulo, valerosa hinchazón

que le lleva a caer hinchado en el abismo.

Sentado en el ojo del mulo,

vidrioso, cegato, el abismo

lentamente repasa su invisible.

En el sentado abismo,

paso a paso, sólo se oyen,

las preguntas que el mulo

va dejando caer sobre la piedra al fuego.

 

Son ya los cuatro signos

con que se asienta su fajado cuerpo

sobre el serpentín de calcinadas piedras.

Cuando se adentra más en el abismo

la piel le tiembla cual si fuesen clavos

las rápidas preguntas que rebotan.

En el abismo sólo el paso del mulo.

Sus cuatro ojos de húmeda yesca

sobre la piedra envuelven rápidas miradas.

Los cuatro pies, los cuatro signos

maniatados revierten en las piedras.

El remolino de chispas sólo impide

seguir la misma aventura en la costumbre.

Ya se acostumbra, colcha del mulo,

a estar clavado en lo oscuro sucesivo;

a caer sobre la tierra hinchado

de aguas nocturnas y pacientes lunas.

En los ojos del mulo, cajas de agua.

Aprieta Dios la faja del mulo

y lo hincha de plomo como premio.

Cuando el gamo bailarín pellizca el fuego

en el desfiladero prosigue el mulo

avanzando como las aguas impulsadas

por los ojos de los maniatados.

Paso es el paso del mulo en el abismo.

 

El sudor manando sobre el casco

ablanda la piedra entresacada

del fuego no en las vasijas educado,

sino al centro del tragaluz, oscuro miente.

Su paso en la piedra nueva carne

formada de un despertar brillante

en la cerrada sierra que oscurece.

Ya despertado, mágica soga

cierra el desfiladero comenzado

por hundir sus rodillas vaporosas.

Ese seguro paso del mulo en el abismo

suele confundirse con los pintados guantes de lo estéril.

Suele confundirse con los comienzos

de la oscura cabeza negadora.

Por ti suele confundirse, descastado vidrioso.

Por ti, cadera con lazos charolados

que parece decirnos yo no soy y yo no soy,

pero que penetra también en las casonas

donde la araña hogareña ya no alumbra

y la portátil lámpara traslada

de un horror a otro horror.

Por ti suele confundirse, tú, vidrio descastado,

que paso es el paso del mulo en el abismo.

 

La faja de Dios sigue sirviendo.

Así cuando sólo no es chispas la caída

sino una piedra que volteando

arroja el sentido como pelado fuego

que en la piedra deja sus mordidas intocables.

Así contraída la faja, Dios lo quiere,

la entraña no revierte sobre el cuerpo,

aprieta el gesto posterior a toda muerte.

Cuerpo pesado, tu plomada entraña,

inencontrada ha sido en el abismo,

ya que cayendo, terrible vertical

trenzada de luminosos puntos ciegos,

aspa volteando incesante oscuro,

has puesto en cruz los dos abismos.

 

Tu final no siempre es la vertical de dos abismos.

Los ojos del mulo parecen entregar

a la entraña del abismo, húmedo árbol.

Árbol que no se extiende en acanalados verdes

sino cerrado como la única voz de los comienzos.

Entontado, Dios lo quiere,

el mulo sigue transportando en sus ojos

árboles visibles y en sus músculos

los árboles que la música han rehusado.

Árbol de sombra y árbol de figura

han llegado también a la última corona desfilada.

La soga hinchada transporta la marea

y en el cuello del mulo nadan voces

necesarias al pasar del vacío al haz del abismo.

 

Paso es el paso, cajas de agua, fajado por Dios

el poderoso mulo duerme temblando.

Con sus ojos sentados y acuosos,

al fin el mulo árboles encaja en todo abismo.

 

 

jueves, 5 de agosto de 2021

José Lezama Lima. Enemigo rumor

NOCHE INSULAR: JARDINES INVISIBLES

 

 

Más que lebrel, ligero y dividido

al esparcir su dulce acometida,

los miembros suyos, anillos y fragmentos,

ruedan, desobediente son,

al tiempo enemistado.

Su vago verde gira

en la estación más leve del rocío

que no revela el cuerpo

su oscura caja de cristales.

El mundo suave despereza

su casta acometida,

y los hombres contados y furiosos,

como animales de unidad ruinosa,

dulcemente peinados, sobre nubes.

 

Cantidades rosadas de ventanas

crecidas en estío,

no preguntan, ni endulzan ni enamoran,

ni sus posibles sueños divinizan

los números hinchados, hipogrifos

que adormecen sonámbulas tijeras,

blancas guedejas de guitarras,

caballos que la lluvia ciñe

de llaves breves y de llamas suaves.

 

Lenta y maestra la ventana al fuego,

en la extensión más ciega del imperio,

vuelve tocando el sigiloso juego

del arenado timbre de las jarras.

No podrá hinchar a las campanas

la rica tela de su pesadumbre,

y su duro tesón, tienda

con los grotescos signos del destierro,

como estatua por ríos conducida,

disolviéndose va, ciega labrándose,

o ironizando sus préstamos de gloria.

 

El halcón que el agua no acorrala,

extiende su amarillo helado,

su rumor de pronto despertado

como el rocío que borra las pisadas

y agranda los signos manuales

del hastío, la ira y el desdén.

Justa la seriedad del agua arrebatada,

sus pasiones ganando su recreo.

Su rumor nadando por el techo

de la mansión siniestra agujereada.

 

Ofreciendo a la brisa sus torneos,

el halcón remueve la ofrenda de su llama,

su amarillo helado.

Mudo, cerrado huerto

donde la cifra empieza el desvarío.

Oh cautelosa, diosa mía del mar,

tus silenciosas grutas abandona,

llueve en todas las grutas tus silencios

que la nieve derrite suavemente

como la flor por el sueño invadida.

Oh flor rota, escama dolorida,

envolturas de crujidos lentísimos,

en vuestros mundos de pasión alterada,

quedad como la sombra que al cuerpo

abandonando se entretiene eternamente

entre el río y el eco.

 

Verdes insectos portando sus fanales

se pierden en la voraz linterna silenciosa.

Cenizas, donceles de rencor apagado,

sus dolorosos silencios, sus errantes

espirales de ceniza y de cieno,

pierden suavemente entregados

en escamas y en frente acariciada.

Aún sin existir el marfil dignifica

el cansancio como los cuadrados negros

de un cielo ligero.

La esbeltez eterna del gamo

suena sus flautas invisibles,

como el insecto de suciedad verdeoro.

El agua con sus piernas escuetas

piensa entre rocas sencillas,

y se abraza con el humo siniestro

que crece sin sonido.

Joven amargo, oh cautelosa,

en tus jardines de humedad conocida

trocado en ciervo el joven

que de noche arrancaba las flores

con sus balanzas para el agua nocturna.

Escarcha envolvente su gemido.

Tú, el seductor, airado can

de liviana llama entretejido,

perro de llamas y maldito,

entre rocas nevadas y frentes de desazón

verdinegra, suavemente paseando.

Tocando en lentas gotas dulces

la piel deshecha en remolinos humeantes.

 

La misma pequeñez de la luz

adivina los más lejanos rostros.

La luz vendrá mansa y trenzando

el aire con el agua apenas recordada.

Aún el surtidor sin su espada ligera.

Brevedad de esta luz, delicadeza suma.

En tus palacios de cúpulas rodadas,

los jardines y su gravedad de húmeda orquesta

respiran con el plumón de viajeros pintados.

Perdidos en las ciudades marinas

los corceles suspiran acariciadas definiciones,

ciegos portadores de limones y almejas.

No es en vuestros cordajes de morados violines

donde la noche golpea.

Inadvertidas nubes y el hombre invisible,

jardines lentamente iniciando

el débil ruiseñor hilando los carbunclos

de la entreabierta siesta

y el parado río de la muerte.

 

La mar violeta añora el nacimiento de los dioses,

ya que nacer es aquí una fiesta innombrable,

un redoble de cortejos y tritones reinando.

La mar inmóvil y el aire sin sus aves,

dulce horror el nacimiento de la ciudad

apenas recordada.

Las uvas y el caracol de escritura sombría

contemplan desfilar prisioneros

en sus paseos de límites siniestros,

pintados efebos en su lejano ruido,

ángeles mustios tras sus flautas,

brevemente sonando sus cadenas.

 

Entrad desnudos en vuestros lechos marmóreos.

Vivid y recordad como los viajeros pintados,

ciudades giratorias, líquidos jardines verdinegros,

mar envolvente, violeta, luz apresada,

delicadeza suma, aire gracioso, ligero,

como los animales de sueño irreemplazable,

¿o acaso como angélico jinete de la luz

prefieres habitar el canto desprendido

de la nube increada nadando en el espejo,

o del invisible rostro que mora entre el peine y el lago?

 

La luz grata,

penetradora de los cuerpos bruñidos,

cristal que el fuego fortalece,

envía sus agradables sumas de rocío.

En esos mundos blandos el hombre despereza,

como el rocío del que parten corceles,

extiende el jazmín y las nubes bosteza.

Dioses si no ordenan, olvidan,

separan el rocío del verdor mortecino.

Pero la última noche venerable

guardaba al pez arrastrado, su agonía

de agujas carmesíes,

como marinero de blandas cenizas

y altivez rosada.

 

Entre tubos de vidrio o girasol

disminuye su cielo despedido,

su lengua apuntadora

de canarios y antílopes cifrados,

con dulces marcas y avisado cuello.

Sus breves conductas redoradas

por colecciones de sedientas fresas,

porcelana o bambú, signo de grulla

relamida, ave llama, gualda,

ave mojada, brevemente mecida.

Jardines de laca limitados

por el cielo que pinta

lo que la mano dulcemente borra.

Noble medida del tiempo acariciado.

En su son durmiente las horas revolaban

y palomas y arenas lo cubrían.

 

Una caricia de ese eterno musgo,

mansas caderas de ese suave oleaje,

el planeta lejano las gobierna

con su aliento de plata acompañante.

Álzase en el coro la voz reclamada.

Trencen las ninfas la muerte y la gracia

que diminuto rocío al dios se ofrecen.

Dance la luz ocultando su rostro.

Y vuelvan crepúsculos y flautas

dividiendo en el aire sus sonrisas.

Inícianse los címbalos y ahuyentan

oscuros animales de frente lloviznada;

a la noche mintiendo inexpresiva

groseros animales sentados en la piedra,

robustos candelabros y cuernos

de culpable metal y son huido.

Desterrando agrietado el arco mensajero

la transparencia del sonido muere.

El verdeoro de las flautas rompe

entretejidos antílopes de nieve corpulenta

y abreviados pasos que a la nube atormentan.

¿Puede acaso el granizo armándose

en el sueño, siguiendo sus heridas

preguntar en la nube o el rostro?

Dance la luz reconciliando

al hombre con sus dioses desdeñosos.

Ambos sonrientes, diciendo

los vencimientos de la muerte universal

y la calidad tranquila de la luz.