miércoles, 31 de agosto de 2022

Eliseo Diego. Por los extraños pueblos

 
 
I
 
Vamos a pasear por los extraños pueblos
ungidos con la sombra leve de los jazmines
y el olor de la noche como un recuerdo.
 
Despacio iremos entre los almacenes de su vida,
los de canosas tejas soñándonos el aire,
las meditadas nubes, las palomas oscuras y tranquilas.
 
Quien ha dicho: la tarde viene de pronto como la tristeza
cuando colma el pecho del hombre como un antiguo himno,
así la tarde crecía en sus iglesias.
 
Camino desolado, tú, el que cruza los umbrosos
y gigantescos árboles, aligera tu marcha, pues el campo
a esta hora trae sus miedos, sus criaturas de queja.
 
II
 
Si nunca vieron el mar en este pueblo.
 
Nunca vieron el mar, aquí la noche
de flancos espinosos y fatales
y el aroma profundo de la seca.
 
Las mamparas ocultas, las moradas,
miran a solas la penumbra vieja
y en la penumbra el jarro de florones mustios.
 
Y el humo acre silencioso llega
enredándose ágil por las vigas
del portal que sereno los acoge.
 
Más allá de las tablas y los plátanos,
al otro lado recio de la tierra
está la noche desvelada y pura.
 
Y es el humo de casa lo que vieron.
 
III
 
Más lejanos a veces que los augustos árboles
frescos de la penumbra que reúnen las aguas
en sus parques ocultos, son los pueblos.
 
De los sedientos muros militares, erguidos
a la orilla misteriosa del campo, trémulo
de sequedad antigua y verde marejada.
 
Qué inquietud daba siempre
la silenciosa playa de intemperie
donde termina, qué despacio, el pueblo solo!
 
Ceiba distante, barco, deshabitada, libre,
a quien rozan las nubes con difícil espuma,
te despojas del tiempo como de un traje usado.
 
En tanto escuchamos las profecías de las aguas
dichas por viejas españolas mágicas
y recelamos de la noche, de su purpúrea jiba y oleaje.
 
Vamos a pasear por los extraños pueblos.


martes, 23 de agosto de 2022

Oliverio Girondo. Persuasión de los días

 
Este clima de asfixia que impregna los pulmones
de una anhelante angustia de pez recién pescado.
Este hedor adhesivo y errabundo,
que intoxica la vida
y nos hunde en viscosas pesadillas de lodo.
Este miasma corrupto,
que insufla en nuestros poros
apetencias de pulpo,
deseos de vinchuca,
no surge,
ni ha surgido
de estos conglomerados de sucia hemoglobina,
cal viva,
soda cáustica,
hidrógeno,
pis úrico,
que infectan los colchones,
los techos,
las veredas,
con sus almas cariadas,
con sus gestos leprosos.
 
Este olor homicida,
rastrero,
ineludible,
brota de otras raíces,
arranca de otras fuentes.
 
A través de años muertos,
de atardeceres rancios,
de sepulcros gaseosos,
de cauces subterráneos,
se ha ido aglutinando con los jugos pestíferos,
los detritus hediondos,
las corrosivas vísceras,
las esquirlas podridas que dejaron el crimen,
la idiotez purulenta,
la iniquidad sin sexo,
el gangrenoso engaño;
hasta surgir al aire,
expandirse en el viento
y tornarse corpóreo;
para abrir las ventanas,
penetrar en los cuartos,
tomarnos del cogote,
empujarnos al asco,
mientras grita su inquina,
su aversión,
su desprecio,
por todo lo que allana la acritud de las horas,
por todo lo que alivia la angustia de los días.
 

miércoles, 17 de agosto de 2022

Olga Orozco. Los juegos peligrosos

LA CARTOMANCIA

 

Oye ladrar los perros que indagan el linaje de las sombras,

óyelos desgarrar la tela del presagio.

Escucha. Alguien avanza

y las maderas crujen debajo de tus pies como si huyeras sin cesar y sin cesar llegaras.

Tú sellaste las puertas con tu nombre inscripto en las cenizas de ayer y de mañana.

Pero alguien ha llegado.

Y otros rostros te soplan el rostro en los espejos

donde ya no eres más que una bujía desgarrada,

una luna invadida debajo de las aguas por triunfos y combates,

por helechos.

 

Aquí está lo que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que puede venir.

Siete respuestas tienes para siete preguntas.

Lo atestigua tu carta que es el signo del Mundo:

a tu derecha el Ángel,

a tu izquierda el Demonio.

 

¿Quién llama?, ¿pero quién llama desde tu nacimiento hasta tu muerte

con una llave rota, con un anillo que hace años fue enterrado?

¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como una bandada de aves?

Las Estrellas alumbran el cielo del enigma.

Mas lo que quieres ver no puede ser mirado cara a cara

porque su luz es de otro reino.

 

Y aún no es hora. Y habrá tiempo.

Vale más descifrar el nombre de quien entra.

Su carta es la del Loco, con su paciente red de cazar mariposas.

Es el huésped de siempre.

Es el alucinado Emperador del mundo que te habita.

No preguntes quién es. Tú lo conoces

porque tú lo has buscado bajo todas las piedras y en todos los abismos

y habéis velado juntos el puro advenimiento del milagro:

un poema en que todo fuera ese todo y tú

algo más que ese todo.

Pero nada ha llegado.

Nada que fuera más que estos mismos estériles vocablos.

Y acaso sea tarde.

 

Veamos quién se sienta.

La que está envuelta en lienzos y grazna mientras hila deshilando tu sábana

tiene por corazón la mariposa negra.

Pero tu vida es larga y su acorde se quebrará muy lejos.

Lo leo en las arenas de la Luna donde está escrito el viaje,

donde está dibujada la casa en que te hundes como una estría pálida

en la noche tejida con grandes telarañas por tu Muerte hilandera.

Mas cuídate del agua, del amor y del fuego.

Cuídate del amor que es quien se queda.

 

Para hoy, para mañana, para después de mañana.

Cuídate porque brilla con un brillo de lágrimas y espadas.

Su gloria es la del Sol, tanto como sus furias y su orgullo.

Pero jamás conocerás la paz,

porque tu Fuerza es fuerza de tormentas y la Templanza llora de cara contra el muro.

No dormirás del lado de la dicha,

porque en todos tus pasos hay un borde de luto que presagia el crimen o el adiós,

y el Ahorcado me anuncia la pavorosa noche que te fue destinada.

 

¿Quieres saber quién te ama?

El que sale a mi encuentro viene desde tu propio corazón.

Brillan sobre su rostro las máscaras de arcilla y corre bajo su piel la palidez de todo solitario.

Vino para vivir en una sola vida un cortejo de vidas y de muertes.

Vino para aprender los caballos, los árboles, las piedras,

y se quedó llorando sobre cada vergüenza.

Tú levantaste el  muro  que ampara, pero  fue sin  querer la Torre que lo encierra:

una prisión de seda donde el amor hace sonar sus llaves de insobornable carcelero.

En tanto el Carro aguarda la señal de partir:

la aparición del día vestido de Ermitaño.

Pero no es tiempo aún de convertir la sangre en piedra de memoria.

Aún estáis tendidos en la constelación de los Amantes,

ese río de fuego que pasa devorando la cintura del tiempo que os devora,

y me atrevo a decir que ambos pertenecéis a una raza de náufragos

que se hunden sin salvación y sin consuelo.

 

Cúbrete ahora con la coraza del poder o del perdón, como si no temieras,

porque voy a mostrarte quién te odia.

¿No escuchas ya batir su corazón como un ala sombría?

¿No la miras conmigo llegar con un puñal de escarcha a tu costado?

Ella, la Emperatriz de tus moradas rotas,

la que funde tu imagen en la cera para los sacrificios,

la que sepulta la torcaza en  tinieblas para entenebrecer el aire de tu casa,

la que traba tus pasos con ramas de árbol muerto, con uñas en menguante, con palabras.

No fue siempre la misma, pero quienquiera que sea es ella misma,

pues su poder no es otro que el ser otra que tú.

Tal es su sortilegio.

Y aunque el Cubiletero haga rodar los dados sobre la mesa del destino,

y tu enemiga anude por tres veces tu nombre en el cáñamo adverso,

hay por lo menos cinco que sabemos que la partida es vana,

que su triunfo no es triunfo

sino tan sólo un cetro de infortunio que le confiere el Rey deshabitado,

un osario de sueños donde vaga el fantasma del amor que no muere.

 

Vas a quedarte a oscuras, vas a quedarte a solas.

Vas a quedarte en la intemperie de tu pecho para que hiera quien te mata.

No invoques la Justicia. En su trono desierto se asiló la serpiente.

No trates de encontrar tu talismán de huesos de pescado,

porque es mucha la noche y muchos tus verdugos.

Su púrpura ha enturbiado tus umbrales desde el amanecer

y han marcado en tu puerta los tres signos aciagos

con espadas, con oros y con bastos.

Dentro de un círculo de espadas te encerró la crueldad.

Con dos discos de oro te aniquiló el engaño de párpados de escamas.

La violencia trazó con su vara de bastos un relámpago azul en tu garganta.

Y entre todos tendieron para ti la estera de las ascuas.

He aquí que los Reyes han llegado.

Vienen para cumplir la profecía.

Vienen para habitar las tres sombras de muerte que escoltarán tu muerte

hasta que cese de girar la Rueda del Destino.