ARIA EN MÍ
¿Conocéis
el lugar donde van a morir
las arias de Händel?
A.
Colinas
Al fondo
de la tarde posa su mansedumbre,
sobre el último incendio de las cristalerías,
la frase luminosa de un oboe.
La plata de los sueños vibra bajo el destello
barroco de sus notas.
Brilla o suena la luz en las copas más frágiles
con el fulgor dorado de la tarde incompleta
y en do menor de marzo.
Con esta claridad que vuelve como un eco
de un tiempo cancelado,
de otro tiempo de esferas dormido en los salones
y en los espejos hondos de los lagos.
Da indicios memorables de todo lo perfecto,
de todo lo que vuela o flota o late
en la leve materia sonora de la tarde
ceremonial del bosque.
Tiene el tamaño exacto que tiene la armonía,
fluye en la lentitud que mide un intervalo,
arde en el persistente calor de los rescoldos,
vive en la demorada perfección de los sueños.
Viene o baja de lejos, de una alta claridad
donde la herida nombra sus puntos cardinales,
donde arden los violines y fracasa la historia
bajo el vuelo nocturno de un pájaro de fuego.
Sucumbe a este paréntesis donde tiempo y espacio
caen como las murallas de la ciudad sitiada.
Habita en el reposo oculto de las aves
y en la oscura materia del silencio.
Y a través del cristal,
por el aire que flota tan tibio en los acordes,
entran todas las tardes transparentes del mundo
en el alto reducto del contraluz dorado,
a salvo de tinieblas, de furia y de ruido.
Arde el olor amargo de la noche en Salzburgo
y el cómplice compás del corazón
arde también, secreto.
Y sube donde el pájaro, a la raíz callada de su vuelo.
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