sábado, 7 de mayo de 2022

Roberto Fernández Retamar. Buena suerte viviendo

USTED TENÍA RAZÓN, TALLET: SOMOS HOMBRES DE TRANSICIÓN

 

 

Entre los blancos a quienes, cuando son casi polares, se les ve circular la sangre por los ojos, debajo del pelo pajizo,

Y los negros nocturnos, azules a veces, escogidos y purificados a través de pruebas horribles, de modo que sólo los mejores sobrevivieron y son la única raza realmente superior del planeta;

Entre los que sobresaltaba la bomba que primero había hecho parpadear a la lámpara y remataba en un joven colgando del poste de la esquina,

Y los que aprenden a vivir con el canto marchando vamos hacia un ideal, y deletrean Camilo (quizá más joven que nosotros) como nosotros Ignacio Agramonte (tan viejo ya como los egipcios cuando fuimos a las primeras aulas);

Entre los que tuvieron que esperar, sudándoles las manos, por un trabajo, por cualquier trabajo,

Y los que pueden escoger y rechazar trabajos sin humillarse, sin mentir, sin callar, y hay trabajos que nadie quiere hacerlos ya por dinero, y tienen que ir (tenemos que ir) los trabajadores voluntarios para que el país siga viviendo;

Entre las salpicadas flojeras, las negaciones de San Pedro, de casi todos los días en casi todas las calles,

Y el heroísmo de quienes han esparcido sus nombres por escuelas, granjas, comités de defensa, fábricas, etcétera;

Porque no podíamos ir a sus colegios ni llegamos a creer en sus dioses,

Ni mandamos en sus oficinas ni vivimos en sus casas ni bailamos en sus salones ni nos bañamos en sus playas ni hicimos juntos el amor ni nos saludamos,

Y otra clase en la cual pedimos un lugar, pero no tenemos del todo sus memorias ni tenemos del todo las mismas humillaciones,

Y que señala con sus manos encallecidas, hinchadas, para siempre deformes,

A nuestras manos que alisó el papel o trastearon los números;

Entre el atormentado descubrimiento del placer,

La gloria eléctrica de los cuerpos y la pena, el temor de hacerlo mal, de ir a hacerlo mal,

Y la plenitud de la belleza y la gracia, la posesión hermosa de una mujer por un hombre, de una muchacha por un muchacho,

Escogidos uno a la otra como frutas, como verdades en la luz;

Entre el insomnio masticado por el reloj de la pared,

La mano que no puede firmar el acta de examen o llevarse la maldita cuchara de sopa a la boca,

El miedo al miedo, las lágrimas de la rabia sorda e impotente,

Y el júbilo del que recibe en el cuerpo la fatiga trabajadora del día y el reposo justiciero de la noche,

Del que levanta sin pensarlo herramientas y armas, y también un cuerpo querido que tiembla de ilusión;

Entre creer un montón de cosas, de la tierra, del cielo y del infierno,

Y no creer absolutamente nada, ni siquiera que el incrédulo

existe de veras;

Entre la certidumbre de que todo es una gran trampa, una broma descomunal, y qué demonios estamos haciendo aquí, y qué es aquí,

Y la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes, deben ser diferentes, serán diferentes;

Entre lo que no queremos ser más y hubiéramos preferido no ser, y lo que todavía querríamos ser,

Y lo que queremos, lo que esperamos llegar a ser un día, si tenemos tiempo y corazón y entrañas;

Entre algún guapo de barrio, Roenervio por ejemplo, que podía más que uno, qué coño,

Y José Martí, que exaltaba y avergonzaba, brillando como una estrella;

Entre el pasado en el que, evidentemente, no habíamos estado, y por eso era pasado,

Y el porvenir en el que tampoco íbamos a estar, y por eso era porvenir,

Aunque nosotros fuéramos el pasado y el porvenir, que sin nosotros no existirían.

 

Y, desde luego, no queremos (y bien sabemos que no recibiremos) piedad ni perdón ni conmiseración,

Quizá ni siquiera comprensión, de los hombres mejores que vendrán luego, que deben venir luego: la historia no es para eso,

Sino para vivirla cada quien del todo, sin resquicios si es posible

(Con amor sí, porque es probable que sea lo único verdadero).

Y los muertos estarán muertos, con sus ropas, sus libros, sus conversaciones, sus sueños, sus dolores, sus

suspiros, sus grandezas, sus pequeñeces.

Y porque también nosotros hemos sido la historia, y también hemos construido alegría, hermosura y verdad, y hemos asistido a la luz, como hoy formamos parte del presente.

Y porque después de todo, compañeros, quién sabe

Si sólo los muertos no son hombres de transición.

 


jueves, 5 de mayo de 2022

Roberto Fernández Retamar. Historia antigua

FELICES LOS NORMALES

 

A Antonia Eiriz

 

Felices los normales, esos seres extraños.

Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,

Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,

Los que no han sido calcinados por un amor devorante,

Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más.

Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,

Los satisfechos, los gordos, los lindos,

Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,

Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,

Los flautistas acompañados por ratones,

Los vendedores y sus compradores,

Los caballeros ligeramente sobrehumanos,

Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,

Los delicados, los sensatos, los finos,

Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.

Felices las aves, el estiércol, las piedras.

 

Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,

Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan

Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos

Que sus padres y más delincuentes que sus hijos

Y más devorados por amores calcinantes.

Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.

 

 

Roberto Fernández Retamar. Vuelta de la antigua esperanza

EL OTRO

(Enero 1, 1959)

 

 

Nosotros, los sobrevivientes,

¿A quiénes debemos la sobrevida?

¿Quién se murió por mí en la ergástula,

quién recibió la bala mía,

la para mí, en su corazón?

¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,

sus huesos quedando en los míos,

los ojos que le arrancaron, viendo

por la mirada de mi cara,

y la mano que no es su mano,

que no es ya tampoco la mía,

escribiendo palabras rotas

donde él no está, en la sobrevida?