Matamos lo
que amamos. Lo demás
no ha
estado vivo nunca.
Ninguno
está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido,
una ausencia, a veces menos.
Matamos lo
que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de
respirar con un pulmón ajeno!
El aire no
es bastante
para los
dos. Y no basta la tierra
para los
cuerpos juntos
y la
ración de la esperanza es poca
y el dolor
no se puede compartir.
El hombre
es animal de soledades,
ciervo con
una flecha en el ijar
que huye y
se desangra.
Ah, pero
el odio, su fijeza insomne
de pupilas
de vidrio; su actitud
que es a
la vez reposo y amenaza.
El ciervo
va a beber y en el agua aparece
el reflejo
de un tigre.
El ciervo
bebe el agua y la imagen. Se vuelve
—antes que lo devoren— (cómplice, fascinado)
igual a su
enemigo.
Damos la
vida sólo a lo que odiamos.
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