jueves, 6 de enero de 2022

Santos Domínguez. Teoría del horizonte

 
Sobre un fondo de almagres de Pompeya,
sobre el incandescente color de los incendios
que aquí, en los frescos, arde,
anticipa esta luz sus propias destrucciones.
Sobre ese fondo almagre han empezado a alzarse
los días eruptivos del volcán,
con su lluvia de fuego y su lengua de lava.
El mundo queda atrás,
en los misterios órficos y en sus apartamientos,
en la luz transparente de la villa iniciática,
en el aliento frío que la pared desprende
al fondo de estos cuerpos calientes y secretos.
Ardiente y lentamente, va arrasando su cauce
los cuerpos en escorzo, la sucesión de vértebras
y aquellos corazones abiertos al misterio
donde encendió sus piras la liturgia
o levantó las alas un pájaro de hielo.
Corona, mirto y túnica, sin que lo viera nadie,
reptaba sucesivo el frío de la serpiente
desde la oscura selva que tutelaba un fauno.
Por esa herida abierta en la que el tiempo pone
la lepra contagiosa de sus manos,
los huevos insidiosos de sus declinaciones,
huye con una lámpara
el ángel femenino de las sombras.
Los contempla sereno un Cupido que apoya
la barbilla infantil en su mano de sombra,
mientras en la otra mano está en reposo un arco.
Es el ángel hermético
la máscara terrible de las calcinaciones,
es el tiempo impasible
que le cubrió de fuego la cabeza.
Ya sólo ese Cupido les observa
con mirada aburrida, flexionada una pierna
sobre la rama verde del laurel de los mitos.
Desde otra selva oscura
¿qué ángeles invisibles nos estarán mirando
igual de indiferentes, igual de imperturbables?
 
 

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