Cada día levanto,
entre
mi corazón y el sufrimiento
que
tú sabes hacer, una delgada
pared,
un muro simple.
Con
trabajo solícito,
con
material de paz, con silenciosos
bienamados
instantes, alzo un muro
que
rompes cada día.
No
estás para saberlo. Cuando a solas
camino,
cuando nadie
puede
mirarme, pienso en ti; y entonces
algo
me das, sin tú saberlo, tuyo.
Y
el amor me acongoja,
me
lleva de tu mano a ser de nuevo
el
discípulo fiel de la amargura,
cuando
desesperadamente trato
de
estar alegre.
Porque
soy hombre aguanto sin quejarme
que
la vida me pese;
porque
soy hombre, puedo. He conseguido
que
ni tú misma sepas
que
estoy quebrado en dos, que disimulo;
que
no soy yo quien habla con las gentes,
que
mis dientes se ríen por su cuenta
mientras
estoy, aquí detrás, llorando.
Yo
sé que inútilmente
me
defiendo de ti: que sin trabajo
me
tomas por la fuerza o me sobornas
con
tu sola presencia. Estoy vencido.
Ni
siquiera podrías evitarlo.
Hasta
en mi contra, estoy de parte tuya:
soy
tu aliado mejor cuando me hieres.
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