I
La caída de una estrella, esa cinta de luz bajando el cielo, ese simple parpadeo nocturno, tan fugaz, que al instante uno se pregunta si realmente pasó; puede moverte en el tiempo sin contemplación alguna, lanzarte de golpe a la infancia, al primer llanto provocado por la soledad. Eres de pronto el niño en la puerta del fondo de una casa sin suerte, contemplando cómo el viento desespera las hojas de yagrumas, descubriendo ruidos que posiblemente no existen, risas que nadie ríe, lamentos lejanos, sonidos que la noche se inventa para salvar la ausencia de la luz.
II
Yo nunca fui feliz. He buscado desesperadamente la felicidad. Pensé que la mejor forma de hallarla era entrar en el amor de la gente, repartirme en ellos, dar lo que nunca he tenido, vencer mi ausencia llenando la de los demás, pagar por una risa ajena toda mi capacidad para reír. Ha sido inútil. No soy feliz y aquellos que me tocan tampoco pueden serlo.
III
La cobardía, ¿qué es? ¿Por qué ando pensando en ella día y noche, revisando cada recodo de mi vida para encontrar la rajadura por donde entró, si acaso entró? Porque tal vez está ahí desde siempre, sentada sobre mi corazón, obligándome a renunciar, poniéndome en la boca las palabras que preciso, no para mí, sino para ser el que los otros necesitan.
IV
Me duele la cabeza, tengo un dolor enorme en la cabeza, como si unas tenazas gigantes apretaran, al mismo tiempo, todos sus lados. ¿Y si no hiciera más resistencia? ¿Si la dejara estallar? ¿Si ese dolor, libre, saliera a chorros? ¿Si se vaciara sobre la tierra? ¿Terminaría? Me duele la cabeza. Tengo un dolor enorme de cabeza.
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