martes, 4 de enero de 2022

Santos Domínguez. Regulación del sueño

 
                     Dante, Paraíso, XIII, 77-78
 
Nos arrastran los signos, la esfera de la noche,
el tiempo sumergido con pulsaciones líquidas,
hacia lo hondo, hacia arriba,
hacia la rosa de agua que arde azul sobre el lago.
 
Arquetipo espiral, gota de agua,
que cae y se concentra al fondo de sí misma,
al abismo interior, al espacio que deja
la luz curva del tiempo
en los bosques furtivos donde el otoño gime
con luz de escalofrío.
 
El latido del mundo y sus genealogías:
hipótesis o gesto, alcaraván o espuma
latente en la penumbra de formas jeroglíficas.
               
Así, desde el origen, desde la fuente antigua
el vórtice que gira sin pausa en el abismo
la voluta que asciende,
inmóvil remolino que se alza y se desata
y se rompe en espumas.              
 
Va a un río innumerable, al vértigo del árbol
reflejado en el agua que fluye renacida
por el prado sin viento, hacia la claridad.
 
Tiene la edad oscura de la noche,
la rotación del centro de un sol líquido y negro.
 
Flujo del ser, sustancia del origen,
fuente secreta, giro hacia lo más profundo:
descenso hacia lo hondo en donde todo es nombre.
 
Música del jazmín, sabor incandescente
del trueno, itinerario, brasas de la memoria
en el espacio quieto de la noche.
 
Allí es donde trabaja
la mano temblorosa del artista.
 
 

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