En donde se confunden la lluvia y los ausentes.
Pablo
Neruda
Bajo el metal, bajo las hojas
secas,
bajo ríos minerales de
pedernales fríos,
simulan las raíces del
transcurso
su emblema subterráneo,
la minuciosa trampa en su
fragua silenciosa.
Y la sangre del barro litoral
y salitre
esparce por el campo sereno de
la muerte
densidades de plomo y peso de
mercurio.
Desata allí la curva de algún
veneno lento,
en donde el remolino desordena
con saña
la tarde monográfica del sapo,
con la astucia del tigre y el
miedo de los bueyes.
Cuando la vida vive su estirpe
de ceniza,
se ajusta en el circuito
binario de la sangre
su oscuro mecanismo de
válvulas y émbolos
con lítote de océanos, su azul
desesperado
en proyectos de sombra, sus
ríos contenidos.
Encarnizadamente acecha la
vigilia
para entrar en la noche,
para entrar en el verso como
se entra en un bosque
extranjero y oscuro, en un
suelo calcáreo,
con la antorcha indecisa de la
palabra que arde
e ilumina la noche elemental
del grillo.
Insiste en las espumas de la
noche oceánica
su amenaza de esquifes y
afilados moluscos.
Afina el diapasón la luz de
los planetas,
el ritmo universal de esferas
y silencios,
la cifra telegráfica del cielo
con estrellas.
Pero entrevés un fuego, una
hoguera en la orilla,
una luz que te llama a la
almendra del bosque.
Ves señal de altas torres y de
oscuras celadas
en la voz incoada, en la luz
transitiva.
Cuando entras en el bosque,
como ahora en este libro,
te llaman los paisajes de los
cuentos de invierno
y ves en esa llama la luz que
tú no tienes,
el indicio de todo lo que te
es necesario
y en su sintaxis limpia, el
orden de las cosas:
el vuelo de los pájaros, la
luna en las palmeras,
el viento en la azotea y en el
álamo oscuro.
Tú, lector, mon semblable, semejante a mí mismo,
semejante a la noche, parecido
a la llama,
acompasa tu pulso, acomoda tu
empeño
a la respiración sorda de las
mareas
y deja que te empape,
como lluvia de abril en los
campos templados,
el concierto confuso que estas
voces convocan.
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