jueves, 11 de agosto de 2022

Santos Domínguez. En un bosque extranjero

 
                               En donde se confunden la lluvia y los ausentes.
                                                                                                                            Pablo Neruda
 
 
Bajo el metal, bajo las hojas secas,
bajo ríos minerales de pedernales fríos,
simulan las raíces del transcurso
su emblema subterráneo,
la minuciosa trampa en su fragua silenciosa.
 
Y la sangre del barro litoral y salitre
esparce por el campo sereno de la muerte
densidades de plomo y peso de mercurio.
 
Desata allí la curva de algún veneno lento,
en donde el remolino desordena con saña
la tarde monográfica del sapo,
con la astucia del tigre y el miedo de los bueyes.
 
Cuando la vida vive su estirpe de ceniza,
se ajusta en el circuito binario de la sangre
su oscuro mecanismo de válvulas y émbolos
con lítote de océanos, su azul desesperado
en proyectos de sombra, sus ríos contenidos.
 
Encarnizadamente acecha la vigilia
para entrar en la noche,
para entrar en el verso como se entra en un bosque
extranjero y oscuro, en un suelo calcáreo,
con la antorcha indecisa de la palabra que arde
e ilumina la noche elemental del grillo.
 
Insiste en las espumas de la noche oceánica
su amenaza de esquifes y afilados moluscos.
 
Afina el diapasón la luz de los planetas,
el ritmo universal de esferas y silencios,
la cifra telegráfica del cielo con estrellas.
 
Pero entrevés un fuego, una hoguera en la orilla,
una luz que te llama a la almendra del bosque.
Ves señal de altas torres y de oscuras celadas
en la voz incoada, en la luz transitiva.
 
Cuando entras en el bosque, como ahora en este libro,
te llaman los paisajes de los cuentos de invierno
y ves en esa llama la luz que tú no tienes,
el indicio de todo lo que te es necesario
y en su sintaxis limpia, el orden de las cosas:
el vuelo de los pájaros, la luna en las palmeras,
el viento en la azotea y en el álamo oscuro.
 
Tú, lector, mon semblable, semejante a mí mismo,
semejante a la noche, parecido a la llama,
acompasa tu pulso, acomoda tu empeño
a la respiración sorda de las mareas
y deja que te empape,
como lluvia de abril en los campos templados,
el concierto confuso que estas voces convocan.

 

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