EL SEGUNDO DISCURSO: AQUÍ UN MOMENTO
Tendrán que oírme decir no me conozco,
no sé quién ríe por mí la noble broma,
en torno de mi abuelo dicen
que buen vino rondaba,
que gruesa frente y respirar de toro,
dicen, aquí en familia,
que su padre rompió la sien como crujiente almendra
para moler la noche ciega,
para librar la sombra
que le cegaba la nariz al moro,
sino que puede que fuese mi vecino
puesto que toda muerte, dicen,
es sólo un crimen, una farsa salvaje,
y hace ya tanto tiempo que no importa,
hacen ya tantos viernes
(¿barajas las semanas?)
que no sé si es el sueño de ayer tarde
o el recuerdo que tengo,
que tuve, que tenía de mis manos,
que dos espejos, dicen, fácilmente procuran
estas visiones y yo digo
que primero me invento alguna cosa
con que atarme las cuerdas de la cara
y luego los abuelos, quizás, y la memoria.
Porque yo vi la pesadumbre,
las jerarquías cerradas del velorio,
la madera final y la pobreza,
me pasma lo callado, brutalmente
me pasma lo callado y digo
no sé quién ríe por mí la noble broma,
no me conozco, dicen, qué buen vino,
dejadme que lo piense aquí un momento.
Aquí en el patio, junto
a las columnas romanas, impasibles
en su agobiada pesadumbre, altas,
y mientras hiere mi garganta
la transparencia de la noche,
tan profunda, tan limpia
que saciara la sed de mi tiniebla,
mientras recuento los brocados
y otras riquezas oscuras de mi tedio
con la mano sagaz, la mano ciega,
y confundo las palmas
con los desgarradores sucedidos
en la tarde del Viernes,
por no dormirme antes de tiempo,
confundo los harapos
polvorientos del alma
con el abrigo luzbel de la baraja,
imagino las harpas silenciosas,
el llanto de David,
las caras aguzadas
de los vecinos y su pena,
sepulto mi lugar en áurea fábula
sin poder remediarlo,
por no dormirme antes de tiempo,
sigo pensando, aquí, mi amigo, sucediéndome.
Dicen que soy reciente, de ayer mismo,
que nada tengo en qué pensar, que baile
como los frutos que la demencia impulsa.
Si dejo de soñar quién nos abriga entonces,
si dejo de pensar este sueño
con qué lengua dirán
éste inventó edades si nadie ya las habrá nunca.
Porque no sé de nada duro a no ser la semilla,
la muerte florecida con mis lujosas invenciones
que una por una entre mi sangre bajan a los huesos,
debo soñar a Plauto, y al guerrero
cubierto de lejano polvo,
cubierto de mi polvo junto al río.
Luego de la primera muerte, señores, las imágenes,
(la despaciosa siega final, el canto llano
luego de la primera comprobación de la ceniza),
luego de bien molida por los voraces ojos
dirán allí en el campo mira
tu hijo está temblando,
recién ahora lo vimos entre las espigas
recién cortadas como crujiente torre,
recién ahora
lo vimos, testifica,
di si es verdad el relumbre bermejo de la sangre,
bajo la telaraña menuda de las sombras
y la fragancia de las raídas hojas,
di si es verdad, contempla, testifica,
este manchado estorbo de los ojos,
mugrienta bestia, petrifica sus garras en el polvo,
abomina quien dice
que sea nuestro lamentado hermano,
los de las filas más lejanas
alcen la voz, auguren, testifiquen
cómo nos envenena
este residuo infame,
mientras tú, me dirán,
(como un sueño que tengas, como un sueño tan sólo),
mientras tú, me dirán,
qué, no te importa
del desgarrante hielo que nos mueve
como la cuerda a un pelele,
pero nosotros sí, nosotros vemos
y una palabra, un alarido jamás visto
por el gallardo viento pastor de los crepúsculos
para llamarte inauguramos,
para sacarte de tu contemplación de la miseria,
para que vengas recién ahora donde
tu hijo Caín está temblando.
Porque yo soy reciente, de ayer mismo,
mientras soñaba, como un sueño
lo miro desangrarse como un sueño
que acaba en humo, en el vacío del alba,
como el recuerdo que tengo de ayer tarde
o la lívida máscara
con que socorro la penuria,
la indecible, la trágica penuria de mis muertos,
puesto que nunca
puedo mirar los surcos de tu boca
y un mismo paño hace
tu traje de costumbre, padre,
y el lienzo que imagino rojo
bajo las manos manchadas de remotos reyes,
y me confundo de lugar y año
diciendo: fue por el noventa,
cuándo lo viste, tú lo sueñas,
porque yo soy reciente cada día,
digamos que soy,
digamos que soy el que contempla
su horror en dos espejos,
y es a la vez el que contempla
y el infinito pavor de las imágenes,
digamos que me invento, que procuro
restañar este rostro con mis manos,
que dos espejos las esparcen,
estas visiones, que la muerte
ha de ser como un hombre
contemplando su horror en el espejo,
como Caín y Abel ya frente a frente,
como Caín y Abel reunidos en Adán, como la muerte.
Y pregunto qué sea
el lugar donde vivo, este mi sitio
de pensar un momento,
los helados alambres, esta palma,
y el niño de Damasco, el grave niño
que viene con el asno
atravesando por el humo
alucinante siempre del bohío,
y esta costumbre,
esta costumbre de soñar lo mismo,
siempre lo mismo, siempre
los espejos dorados como el tiempo,
hasta cumplir la edad de siete años,
y ver la pesadumbre,
la piedad de los paños
apagando los últimos reflejos,
y ver la pesadumbre,
la pobreza solemne de este pobre.
Tendrán que oírme decir no me conozco,
aquí en el patio, junto
a las columnas que toco provincianas,
no sé quién ríe por mí la noble broma,
pero en torno de aquel hombre veo
que su padre lo ronda,
en las selladas jerarquías del polvo,
velándole la muerte
como el sol en torno de la tierra,
mirándolo tan fijo. Dejadme que restañe
la minuciosa fuga de mis ojos,
que les devuelva el canto, su pobreza,
la ternura paciente de mi día
a la traición volviendo y a la nada.
Cómo el oscuro tedio nos reunía
en la cerrada estancia de su polvo
alrededor de la pobreza suma.
Y su paciencia nos empobrecía
las ilusiones fastuosas de la cena,
este lujo del sueño por mis ojos.
Pobres, solemnes pobres, ya veían
el alba cenicienta de las cosas,
la estrechez de mi lugar, la noche,
aquella irreparable jerarquía
de la madera, la voz y el arduo fuego
en la redonda isla del velorio.
A la salida, qué distintos,
qué limpios, qué recientes eran
recordando la calle solamente,
su aspereza filial, su extraña lumbre,
su temblorosa realidad naciendo.
Pero si dejo de soñar
quién nos abriga entonces, si la nada
es también el dormir, pesadamente
la caída sin voz entre la sombra.
Oh la noche es distinta, la mirada,
la memoria del Padre, el Paraíso
realizado en la tierra, como un nombre!
Y ahora es el tiempo de levantarme y de trazar mi amplio gesto diciendo:
luego de la primera muerte, señores, las imágenes,
invéntense los jueves,
los unicornios, los ciervos y los asnos
y los frutos de la demencia
y las leyes, en fin,
y el paño universal del sueño
espeso de criaturas, de fábulas, de tedio,
hinchado por el soplo de los dispersos días
verán el libro de las generaciones
y cómo el olvido engendró a la muerte
cuyos morados ojos decimos la distancia,
cómo la muerte engendró a mi espejo,
mi espejo engendró
la fiel imagen que inicia su periplo
entre las barbas rielantes que orillan los dormidos ancianos,
porque después de la primera comprobación de la ceniza,
cuando arrugan mi piel los pómulos del viejo
y en la pared opuesta, por el azogue nocturno de la sangre
aquel fervor oscuro, aquella música
de mis huesos se pierde irrestañable,
cuando todo es uno,
el día y el recuerdo
en el oficio de la lluvia que pulsa las persianas,
la mirada segura nos deshace
su deleitoso paño entreverado de sierpes
y en la pobreza intacta del polvo se resume.
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