Como en una columna de basalto o de humo
se contiene la suma concreta de los días,
como en el horizonte
naufragan los minutos que han caído en la arena,
con óxido y penumbra, así la alta cosecha,
así los años áridos de las calcinaciones.
Como iban a su afán los menestrales
y hacia la plenitud del trigo en los sembrados
iban los campesinos
con los primeros toques de campana
desde un convento en sombras,
con el canto del cuco como una noria lenta.
Así las altas horas de la tarde.
Nunca acaba la luz de retirarse.
Desde su luz oblicua persiste en la memoria
la campana remota. Sigue tocando a vísperas.
Nunca en propicio afán remata el día
su costumbre sonora,
la altanera constancia de sus torres ardientes
o el vuelo de los pájaros en la cornisa azul
del viento largo y lento de la tarde.
Luego, pavesas ya, parva de mieses,
la tarde se hundirá debajo de sus huellas,
debajo del sudor primario y jornalero
y tú estarás aquí, sin reino y sin ruido,
mirando el pozo blanco de albayalde y acónito
en los primeros surcos
tomados por la noche y sus indicios.
Pródigo en ruinas, ávido
de extinciones, naufragios y lucernas,
el tiempo ha ido ganando
los viejos miradores de la desolación.
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