Con permiso del que sea, yo vengo aquí a darme un trago por el Zonzo. Ya sé que este bar es de personas decentes, pero hay años que yo me decía: un día de éstos va y me meto en él, de a viaje, y cuando vengan a mirar ya estoy con mi vaso lleno y con el Zonzo al lado conversando, muertos de risa los dos. Pero ya ven, el Zonzo está muerto de verdad y yo vine solo a brindar por él.
Esta mañana hubo poca gente en el entierro. Si digo que fuimos diez o doce, digo mucho. Creo que hasta el hoyo en la tierra nada más llegamos el Bizco, Román y yo. Pero eso no le hace, ¿verdad? Ustedes no tienen nada que ver con eso, ¿verdad, doctor?
Bueno, pero tampoco vayan a figurarse que por estar hablando así ando pidiendo permiso para brindar. Celebro por haber estado pugilateando toda la vida con un amigo quien bien valía todo el largo de sus huesos. Por eso brindo y hasta por el malestar que da que no haya ido nadie a ponerle cuatro flores sobre su lomita de tierra para que la gente no pase de largo sin saber que hay un cristiano debajo dormido, porque puede que esté dormido, puede que borracho todavía, pero de todos modos inconforme con esta vida que le dieron aquí arriba, ¿verdad, doctor?
Es natural, para algunos el Zonzo no ha muerto ahora. Eso fue hace tiempo ya; desde que nació pobre, porque un pobre, pobre, no está vivo nunca por mucho viento que respire. ¡Perico, anda y lléname ese vaso que voy a seguir! Pues sí, doctor, ¿qué es lo que ustedes sabían del Zonzo, vamos a ver? ¿Que vivía allá abajo en la playa en un rancho de tablas? A lo mejor ni eso sabían, porque allí íbamos nada más que nosotros cuando conseguíamos algún trabajito que no pasaba de tres hombres necesarios. ¿Qué más sabían, a ver? ¿Que se emborrachaba y los muchachos le gritaban en la calle y hasta la gente grande también? Bueno, eso lo sabe todo el mundo. ¿Que andaba sucio, descalzo y roto? Lo sabe todo el mundo ¿Que no sabía leer ni escribir? Eso también, todo el mundo lo sabe. Cosa resabida es que bebía como un loco y se caía como un perro. ¡Lo sabe hasta Dios mismo por mucho que se pasara la vida allá arriba sin mirar para abajo a Cojímar! Ahora, doctor, lo que hay es que saber por qué se emborrachaba y ni siquiera eso. Lo que hay que echar el tiempo atrás, los meses, los años, y empezar cuando usted estudiaba bachillerato y el Zonzo era un pescador más entre nosotros. Entonces él debía andar por los veinticinco. En ese tiempo era lo que se dice un hombre sano de pecho y espalda y nada de trabajo que lo cansara ni risa que se le demorara en salir ni trago a que se diera. ¿Sabe cuántos años han pasado desde entonces? Pues póngale otros veinte y siga oyendo a ver si cree.
¿Usted no sabe que ahí donde Fileno puso su bodega, que es orgullo de cuanto mentecato hay en este pueblo, estaba antes una casita de madera con mucho jardín delante y que esa casita, ese jardín y esa mujercita que estaba dentro con los muchachos, eran del Zonzo? ¿No lo sabía? ¡Qué va usted a saberlo, si usted vino después! Pues óigame, esos cuantos metros de terreno donde estaba la casita y el jardín le correspondieron al Zonzo por herencia de no sé quién suyo. Luego, andando el tiempo, el Zonzo se enamoró, pero antes de casarse, como todo hombre de ley, pensó primero en darle techo a la futura. Sólo que para un hombre viviendo de sus pescaditos hacer una casa era como aspirar a doctor médico. ¿Se da cuenta? Bueno, pues la hizo. Entonces no bebía, entonces descubrió que cuando el lanchón bota allá afuera la basura de La Habana suelen quedar flotando muchas cosas en el agua y entre ellas buenas maderas. En su «cachucha» se iba después de haberse pasado la noche pescando; a recoger madera se iba. ¿Usted haría eso, doctor? Y algo más que voy a decir aquí enseguida porque estas cosas aunque parezcan asuntos de niños son cosas de hombre. Sepa que en la basura vienen milagritos para los pobres, hasta manzanas vienen, medio buenas, medio malas y hasta buenas del todo. Eso por diciembre, cuando se acaba la noche del veinticuatro. Pues las pescaba el Zonzo, doctor, las pescaba de la basura rica flotando en la mar. Y naranjas también y hasta queso. Y una vez —esto es lo que yo digo que parece cosa de niño y es de hombre— una vez pescó una muñeca rota que se puso luego a remendar y la dejó nueva con dos botones de vidrio que le cosió en los lugares donde llevan los ojos. ¿Usted conoce la niñita tullida, la mayorcita de Román? Pues así como usted baja para la playa se la encuentra siempre en la puerta mirando al mar. Le hablo, de las tres, la que no crece. Vaya a conocerla, que le enseñen la muñeca y que le cuenten ellos de las manzanas y las naranjas que les pescó el Zonzo sin decirle nunca de dónde venían. Un hombre así, por lo menos no merece que lo entierren sin flor.
¡Perico, no seas ratón, llena bien ese vaso!
Pero vamos al asunto, yo decía que el Zonzo rescató las maderas de la mar. Bien, ¿pero no iba a pagar carpintero, verdad? ¿Con qué plata? ¡Ah!, pero que un pobre confía esas cosas al tiempo y así como usted calcula: «de cuatro enfermos tumbo cuarenta pesos», un pobre se dice: «de cuatro años va y hago mi casa», y se pone a trabajar y se hace carpintero si tiene que hacerse, porque un pobre es la herramienta, ¿comprende, doctor? Y termina su casa como la terminó el Zonzo que hasta para defenderla del viento norte la calafateó como a un barco.
Así pasó la mar de tiempo, pero mal que bien la tuvo y entonces fue que apareció Fidencio. ¡Claro!, el Zonzo ¿qué sabía de propiedades ni de terrenos? Discutir no discutía; sólo que cuando le fueron a dar la brava, si no es por la mujercita que se le atraviesa y los muchachos que lloran, el Zonzo casi mata esa noche. Se lo llevaron por delante y luego desalojaron la familia y los trastes. ¿A quién iba a recurrir? ¿Había entonces por aquí algún juez con su poco de vergüenza necesaria?
—¡Perico, tú sí sabes estas cosas porque tú hace rato que has echado la malicia que tienes de vivir por aquí!
Luego, con el tiempo, natural, la mujercita se puso con aspiraciones a causa de esas cosas: el pan que no alcanza, la medicina, la ropa, los zapatos. El caso es que se le despegó con los muchachos. ¿Y usted cree que por eso y enseguida el Zonzo se tiró a borracho? ¡De eso nada, doctor! Mire, nadie se mete a borracho de así porque sí, como quien dice: un amanecer de éstos me amarro al pico de una botella. Eso siempre tiene su cantar, porque lo del trago fue un tiempo después y como para sacarse la fatiga del cuerpo. Fue cuando entró a trabajar con la viuda de Alcántara, que según me dijeron ya «espantó» y su Señor la tenga, no a noventa, sino a mil millas de aquí. Bien, como usted sabe ella tenía veinte y pico de casas aquí..., ¡tenía! ¿Y sabe quién le hizo las fosas de la casa a pulmón? ¡Natural: el Zonzo! Oiga, doctor, ¿usted ha abierto alguna vez un agujero ahí en el patio de su casa? ¿No? Pues hágalo, pero a barreta, hágalo por probar nada más. Apenas descascara una cuarta de tierra le sale la piedra firme, porque todo lo que está ahí debajo es diente de perro macizo y hay que echar el alma para agujerearlo. ¡Ahora quítese el sombrero para pensar en el Zonzo! ¡Cuarenta o sesenta centavos, cuando más un peso, y todo el día metido en el hoyo, con el sol en los sesos y a barreta con la piedra! ¡Si acabó hablando con ella, compadre! Y milagro no fue que siguiera ahondando el agujero para perderse de este mundo e ir a salir a China a ver si los chinos eran mejores. Bueno, pues las veinte y tantas fosas él solito las hizo, y bien bobo hubiera sido si al caer la noche de cada día no saliera directamente a darse un trago largo para aliviarse el cuerpo.
Bien, ¿pero quién inventó eso? ¿Nosotros o Fileno y la señora viuda?, porque lo único que faltaba ahora es que usted fuera a decirme que eso lo inventamos nosotros por no habernos matriculado en la Universidad.
Mire, doctor, eso no lo diga, porque ¿sabe?..., revienta pensar que esta mañana sólo estuvimos con él, el Bizco, Román y yo, y que si alguna vez la tullidita de Román se quedó llorando fue anoche. Pero con todo eso lo que más revienta es saber que usted no fue a atender al Zonzo la semana pasada, porque, ¿quién va a atender un hombre así en cuyo rancho no hay más que una pila de botellas de ron vacías? No, doctor, usted no abra su boca, mejor vaya pensando en largarse también como la señora viuda y Fileno, y tú, Perico, a ver qué tiempo más te dura este bar de personas decentes. ¡Yo sólo vine aquí a brindar por el Zonzo!
Noviembre de 1962.
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