sábado, 1 de enero de 2022

Santos Domínguez. Plaza de la palabra

 
 
D’altri diluvi una colomba ascolto.
                         Giuseppe Ungaretti
 
Vengo de donde mide su conjetura el aire,
de la raíz antigua de la piedra y la música,
de las palpitaciones verdes de la madera,
de los primeros ríos que cruzaron los pájaros.
 
Yo vivo en la intemperie donde vive el vacío,
donde crece una nube de granizo
y habita la serpiente,
bajo un cielo sin música que alimenta tormentas.
 
Antes que los caldeos enunciaran el número
para cifrar los astros y su oscuro latido,
ya vivía en el agua interior del planeta
y en las germinaciones de una dura semilla.
 
Como los temporales, yo vivo en la intemperie
y cruzo las palabras como quien cruza un bosque,
porque sabe que al fin la luz será con ellas
y latirá en el pulso primero de los pájaros
y en las germinativas raíces de los ríos.
 
Yo vengo de un lugar de baluartes
y argamasas primarias.
Yo vivo en la intemperie del adverbio,
vivo en la carne viva de la palabra mundo
y en lo que ella contiene de veneno y belleza.
 
Con tiempo y con arena definí los espacios
propicios para el canto. Y antes de celebrar
el transcurso callado de la sangre en las venas,
lamenté un pecho inmóvil y unos ojos opacos.
 
Yo soy el que en la noche
pesa a plomo el silencio y destila el mercurio,
quien acaricia el hielo
y espera la llegada del sol por los pinares.
 
Yo soy el que alimenta
el silencio parado de un animal que acecha
su minuciosa dosis de minutos.
 
Hoy dibujo lo mismo la flor de la vainilla
que el diluvio en un sauce,
la transparencia azul de la tristeza
lo mismo que la herida que gime ante la hormiga.
 
Soy el que guarda el fuego, el que prende el pabilo,
el que espera cansado
sobre los adjetivos y las declinaciones
mientras arde en los altos campanarios
la claridad caliente de la tarde.
 
Soy el que incendia el pasto al final del verano,
el que pudre los pozos y envenena las fuentes.
 
Nadie sabe mi nombre.
Soy el insomne, el ciego,
el que no tiene nada y el que nada pretende.
 
Soy la salmodia amarga de un reflejo,
la letanía de un eco, la liturgia
vacía del oscuro,
en el fondo del fango, en la penumbra.
 
Muro de fuego y cólera, vidrio que arde o persiste
bajo la luz del número en la fragua del tiempo
donde un nueve de lunas convoca sobre el yunque
su arista de misterio, su ritmo de metales.
 
 

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