viernes, 15 de julio de 2022

Santos Domínguez. Principio de incertidumbre

 
Soy el guardián del hielo
José Watanabe
 
 
Desde los altos muros de la tarde
las máscaras del tiempo ya no te reconocen,
ni el mar intransitivo ni el paisaje insumiso
ni el ave sin memoria entre un silencio y otro.
 
Entre el arma y la herida, entre el pie y la pisada,
vigilan con antorchas los lagos solitarios
de los reyes del bosque.
Son guardianes del hielo.
 
Guardan en la memoria la piedra de la lluvia
y en cráteras secretas, el viento del otoño
que aviva el fuego y da cenizas a la tarde.
 
En el roble sagrado, el fulgor de la savia
y la luna fecunda que crece en las cosechas
fermentan los melismas quebrados del paisaje.
 
Viene una luz sin dueño, una luz que desciende
lentamente al silencio,
a un último rumor de copos o cenizas
o repite su imagen
en los espejos grises de los lagos.
 
Se despeña esa luz por la boca de un pozo
al filo de la noche, al agua sin camino,
con números enteros, con la vaga nostalgia
que deposita el día sobre la arena.
 
Flota sobre el recuerdo, sin nombre ya y sin tiempo,
un sueño de cristal,
la mansedumbre ciega de la noche
y esta luz que no pesa
y se posa en las sílabas blancas de las ausencias.
 
En la llama que tiembla
contra un terror vacío de cuevas y catástrofes,
aterido yo mismo ante el espanto ahora
 
 

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